Mensaje de bienvenida: La Fundación Laudato Si: ¿Por qué y cómo conservar la naturaleza?

Para convertirnos cada uno de nosotros en custodios de la creación, en conservadores de la naturaleza de este mundo, en cuidadores de su belleza, como nos pide el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si, necesitamos comprenderla para amarla (o mejor aún amarla para comprenderla), y encontrar nuestro lugar en medio de la naturaleza y asumir y ejercer la responsabilidad que se deriva de dicho lugar; del mismo modo que para cuidar a tu cónyuge lo primero es estar enamorado, y lo segundo asumir las responsabilidades que se derivan de la relación encontrada.

En relación a la primera exigencia, comprender el significado de la naturaleza no es una tarea obvia. Requiere mirar a las raíces mismas del misterio de la existencia, y esto es una tarea casi imposible, sólo factible para quien aún puede mirarla como lo hace un niño. Y un niño frente a algo nuevo, como su madre, una montaña o un pájaro lo primero que siente es interés, atracción. La atracción lleva a la admiración, y la admiración al respeto. Pero esa tensión natural de admirar y respetar necesita ser constantemente educada. Educar es abrir al significado de la realidad. Y para educar se requiere una compañía, una persona que haya visto algo antes, un maestro que comparte lo que sabe, y que genera una comunidad, y una comunidad en la que todos pueden ser maestros es un lugar donde se participa. Así, sin educación ni comunidad, la admiración y el respeto decaen.

La capacidad de asombrarse se tiene desde muy niño. Todos los que hemos estado con algún bebe o niño pequeño vemos el estado natural de este sentido. El asombro provoca lanzarse a descubrir un mundo porque fascina y al tiempo se percibe como algo que no es ajeno, es el preciso estado el original para acercarse al mundo. De esta experiencia nace la certeza de que una vez despertado el asombro, la admiración, esta se convierte en una necesidad para disfrutar la naturaleza y la propia vida.

La realidad desborda, como el niño que ve por primera vez el mar, y su inmensidad no le cabe de entrada en su cabeza. Es previa a cualquier imaginación o teoría sobre ella. Encierra el misterio de su propia existencia, y por lo tanto de la nuestra. Solo quien admira conoce, porque se deja inundar de realidad, y la realidad moldea nuestra percepción de ella. Como quien descubre de golpe a la mujer de su vida, la admiración será el camino de aproximación adecuado a ella, hasta comprender poco a poco no sólo quien es si no porque percibo una correspondencia tan grande entre lo que ella significa y lo que yo soy y quiero.

Si la naturaleza significa el lugar del que misteriosamente procedo y gracias al cual vivo, que me hace sentir y vivir bien, si aprendo a admirarla y respetarla, a aprender de ella y a participar de sus procesos sin deteriorarla, el marco último que definirá nuestras relaciones tendrán que ser de respeto lleno de interés y fascinación, lo cual habrá de traducirse en una sostenibilidad cuidadosa en su gestión o conservación.

La palabra admiración o asombro, fue empleada en este sentido por primera vez por Rachel Carson1 (1965) otra de nuestras grandes inspiradoras, quien usó en inglés la palabra “wonder”, la cual tiene en dicho idioma una doble acepción; la de sorprenderse y la de preguntarse. Es ésta feliz integración de dos significados en una misma palabra en inglés original la que refleja el proceso natural que sucede. Al maravillarse, uno se conmueve siempre y surgen naturalmente multitud de preguntas que requieren conocer más, como el niño pequeño reacciona ante la Naturaleza; todo lo quiere tocar, todo lo quiere saber y todo lo pregunta, y todo lo respeta.

En relación a la segunda exigencia, cuidar la naturaleza es algo que se asemeja a cuidar a tu propia familia pues tanto con nuestra familia como con la naturaleza que nos rodea, nuestra relación natural, es o ha de ser de familiaridad, de naturalidad, de comunidad, todo lo cual ha de llevarnos a nuestro compromiso y responsabilidad personal.

La conservación de la naturaleza es una tarea propia. Si no existe en nosotros esta tensión concreta por el cuidado, no podremos pedirle a los demás, (organizaciones, administraciones públicas…)  que hagan dicho trabajo, pero no habrá garantías de éxito. La exigencia justa al Estado por ejemplo de garantizarnos un medio ambiente sano sólo puede nacer de esta responsabilidad personal previamente trabajada. Y del mismo modo que conservar es una tarea que surge del corazón humano asombrado y agradecido ante el mundo, todo lo que es humano tiene una dimensión comunitaria. Nadie puede conservar lo local sustituyendo a las comunidades locales rurales y a las organizaciones sociales de conservación, esa es la realidad.

La Fundación Laudato Si nace para ayudarnos a educarnos en el cuidado y la admiración por la naturaleza, para animar y favorecer la custodia de la Creación que nos reclama el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si, y para apoyar a quienes ya la cuidan. Sus programas pretenden por lo tanto educar en este cuidado a niños y jóvenes fomentando una actitud de respeto y admiración, así como investigar formas de apoyar a las comunidades en el cuidado y gestión de sus recursos a través de proyectos de investigación y de voluntariado.

María Ángeles Martín

Patrona de la Fundación Laudato Si

Pablo Martínez de Anguita

Patrono de la Fundación Laudato Si